LA PASTILLA

LA PASTILLA

Ahí se encontraba María, a la altura de la terminal de buses, con 80 lempiras en mano producto de su trabajo realizado en su día en casa de una vieja conocida. Pensó que sería mejor pagada y los 80 lempiras no habían sido satisfactorios para ella puesto que no iba a alcanzar para saciar a sus hijos que no habían comido desde la noche anterior… se subió en el bus, no encontró un asiento en donde descansar su agotada espalda, le esparaba un par de horas de viaje hasta llegar a su hogar y trató de ponerse comoda para no perecer del cansancio. Al acercarse a su destino María avanzó hasta la salida, dió 25 lempiras al conductor del bus y se bajó, le quedaron 55 lempiras que debía de invertirlos de manera inteligente para el alimento de sus hijos.

Al aproximarse a su casa divisó a Doña Pancha en la puerta, se sintió sumamente triste porque le debía 90 lempiras que fue a sacar comida de fiado en su pulperia desde hacía 7 días y que su marido se había comprometido a pagar pero no lo había hecho porque el alcohol retenía su dinero cada vez que a este le pagaban. Al llegar María a su casa, Doña Pancha le propició un abrazo y le dijo que se sentará, tenía una noticia que darle y que lo tomará con fuerza y calma. El hijo menor de María había sido atropellado por un carro a la orilla de la calle, fue una muerte instantanea, ´´atropellaron a Jorgito, María´´ le dijo doña Pancha, estas palabras retumbarón en la cabeza de María y su mente carcomida por la pobreza no lo podía concebir. Le llevaron el cuerpo de su pequeño, lo pusieron sobre un petate, los vecinos, aunque también pobres como María pero solidarios hicieron una recolecta y solicitaron ayuda a los hacendados del lugar para poder hacer un funeral digno al pequeño occiso. Marvin, el marido de María llego a media de noche, cuando se desarrollaba el funeral del pequeño, al hacerle saber todo lo que ocurría tiró su octavo de guaro y comenzó a llorar y a gritar como un atolondrado. María no lloró, al menos nadie la vió, pero se sintió como nunca le habían hecho sentir, los 5 hijos de María lloraban por su pequeño hermano. Apenas tenía 3 años, nunca sabrá que es ir a la escuela, tener amigos, andar en bicicleta, conocer la ciudad, casarse, tener hijos… nunca lo sabrá.

El tiempo había sido el peor enemigo de María, pensó que su vida iba a mejorar pero nunca fue posible, solo quedó en sus sueños. Recordaba cuando tuvo 15 años, miraba a su hija mayor, y le recordaba a ella, esa fue en la edad en que María dejó a sus padres y se fue con un hombre que ella creía amar y que le prometió sacarla de esa vida indigente que tenía con sus viejos. Ese hombre que le prometió sacarla de la pobreza la hundió más en ella, y no pudo cumplir su jurameto en 16 años, le dió una vida aún más misera y desdichada, la lleno de golpes e insultos e hizo que ella creyera que no valía nada.

Una madrugada de un día de marzo vió a ese hombre tendido sobre la cama, ya no sentía amor, sentía odio y repudio hacía él. Quería venganza, su alma deseaba venganza. Tomó un cuchillo de la mesa, y le perforó el estomago a su marido, todo lo hizó en silencio, pero ese día su alma gritó y se sintió liberada. Sus hijos dormían aún y la diáfana luz de la luna iluminó una pastilla, una pastilla que era la salida plácida y serena de esta pesadilla que algunos llaman vida. Ingerió el plaguicida, y se acostó tranquilamente, cerró los ojos. Nunca volvió a abrirlos…

Lorena Rodriguez

Estudiante Universitario

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