Cuando Selvin tenía 18 años era un apasionado por la escritura, dedicaba poesía a su mamá y a sus maestras del colegio, plasmaba historias fantásticas que sus compañeros disfrutaban. Era muy querido por sus profesoras. Siempre le decían que tenía la destreza para estudiar una carrera del área del español para que enriqueciera su talento nato, y siempre que veían a su mamá se lo hacían saber.
A su papá nunca le escribió una poesía, pero un día que era el natalicio de este, decidió hacerlo, le entregó la carta a su papá y él leyó con mucha seriedad. Cuando terminó le dijo:
—¿Así que te gusta la poesía?, dijo con indiferencia
—Si pa, y he pensado que ya voy a terminar mi bachillerato y quiero estudiar en la Universidad español, es lo que me gusta.
—Yo no me parto el lomo trabajando para que un hijo estudie una carrera que no le dará de comer, ayer fuí a hablar con el teniente Ramiro para que el proximo año entres al batallón y te formes como militar, eso te va a garantizar, al menos, comida para vos y tu familia, y además es una profesión de hombres.
—¡Pero ni siquiera me consultaste! Eso no me gusta, yo quiero ser profesor de español, puedo mostrarte mis otras poesías e historias que he escrito, verás que tengo talento y podría ser un gran escritor de mi país.
—Sos tan ingenúo, déjate de tonteras, y a mi no me mostres cosas inútiles. Y si queres tener una profesión en la vida, en enero te vas al batallón que es en lo que te puedo apoyar, y no en mariconadas como eso que querés estudiar.
Esta conversación para Selvin marcó un antes y un después en su vida, llegó el próximo año y el mes en que tenía que irse al batallón como su padre le impuso, y así lo hizo…
El tiempo transcurrió, egresó del batallon, y un reencuentro inesperado en su vida le hizo que a los 6 meses después se convirtiera en un hombre casado. Liliam, una ex compañera de su colegio, era ahora su esposa, ella se había graduado de la escuela de enfermería. Era una mujer hermosa, alta, esbelta, se movía con ímpetu al caminar, tenía una cabellera negra y unos ojos cafés que a Selvin le provocaba una locura descomunal, estaba muy enamorado de ella. Pero Selvin no era el mismo de antes, él se convirtió en una persona frustada, y él lo sabía, pero para él el estar con Liliam le provocaba tranquilidad y le hacía olvidarse de todo ese sentimiento de tristeza y desilusión que le provocaba estar en un lugar donde él no pertenecía.
Al año de casados tuvierón una hija, y a los dos años siguientes tuvieron un hijo, los niños crecierón, Selvin se convirtió en un tipo indiferente con su esposa y sus hijos, no les dedicaba tiempo. Ellos atravesaban problemas economicos fuertes ya que el salario de ambos no era suficiente para poder pagar el coste alto de la vida. La economía crecía en el país cada vez más al igual que el odio y la frustación de Selvin, cuando llegaba a su casa le propiciaba puñetazos a su esposa, y sus hijos lloraban en silencio al ver estas escenas, durante mucho tiempo se frecuentaban situaciones como estas en la casa de esta familia.
La hija mayor de Selvin y de Liliam se llamaba Lucía, era una señorita muy audaz, le gustaba informarse sobre la situación de su país, le indignaba lo que transcurría, le interesaban temas que no eran de interés común para las demás señoritas de su edad. Nunca le gustó la profesión de su papá, hacía razonamientos sobre esto y llegaba a la conclusión de que el trabajo de los militares era inútil ya que los índices de violencia y de delincuencia aumentaban cada vez más en su país, o que simplemente estos se encargaban de velar y resguardar a un pequeño grupúsculo que mantenían el poder y que estos eran los que generaban más pobreza cada día… ¿por qué si tienen el poder para acabar con el sufrimiento del pueblo no lo hacen? ¿por qué si el pago de impuestos que hacemos es de millones no lo invierten como es debido? ¿tendran una venda en los ojos que no ven que el pueblo agoniza cada vez más? ¿no ven la podredumbre en que han convertido al país? estas, entre otras eran algunas de las interrogantes de Lucía y que no entendía a sus 14 años de edad.
En cierta ocasión, Lucía y su hermano pequeño Saúl, buscaban en una caja donde su mamá guardaba papeles una partida de nacimiento. Lucía encontro un sobre con unos papeles muy viejos, lo abrió y empezó a leerlos, eran los escritos de su papá, se quedó deslumbrada ante el talento de su padre, no podía creer que eso lo había escrito él, los guardó muy bien y cada día leía cada historia y poesía hasta que en cada fisura de su mente quedarón guardados. Por primera vez sentía admiración hacía su papá.
Cuando su padre llegó a casa, ella lo abrazó, acto que había hecho muy pocas veces en su vida, ella empezó a hablarle sobre temas cotidianos:
—Papá, ¿qué tal el trabajo?
—Normal, como siempre.
—¿Qué haces todos los días?
—Entrenar…
—¿Entrenar para qué?
—Para estar listo ante cualquier situación.
—¿Por qué eres militar? ¿Siempre quisiste serlo?
—¿Por qué me haces estas preguntas?, dijo Selvin titubeando.
—Papá encontré tus escritos guardados, son muy buenos, no entiendo porque escogiste esta profesión que no era para vos, tu fúturo era ser escritor, en verdad eras muy bueno.
—No digas bobadas, ser militar es un honor para mí, puedo cuidar al pueblo, es un trabajo que nos da de comer y es de hombres.
Selvin se escuchó y sonó como su padre, aquella persona responsable de toda su frustación, se había convertido en alguién que nunca habría querido ser…
—¿Qué cosas dices padre? ¿cuidar al pueblo?, ustedes se encargan de reprimirlos, y de asesinarlos cuando alguien se rebela en contra de los tiranos. Decis que nos da de comer pero no ves los problemas económicos que tenemos, sos un títere de los de arriba, ser militar no es un orgullo, ¿no ves que vos también sos la clase obrera, como a los que reprimís?
Selvin se levantó furioso, le dió una bofetada a su hija, la dejó tirada en el suelo…
—Nunca me vuelvas a hablar así, vos no sabes nada de la vida…
Selvin salió de la casa, mientras Lucía seguia tirada en el piso… él sabía que hija le decía la verdad.
En las irónicas coincidencias de la vida, cuando Lucía tenía 19 años se llevaba a cabo una protesta, Lucía era parte de ella. Hasta el momento todo se desarrollaba pacificamente, pero llegó un grupo de militares. Los protestantes alarmados pero siempre manteniendo la cordura, empezaron a recitar sus insignias revolucionarias, no dejando de mostrar el repudio hacía los militares, estos al verse ofendidos por aquellas palabras que tenían rima y sentido, empezaron a usar la fuerza para desalojar a los protestantes, usaron gas pimienta. La situación se agravó cada vez más. Hubieron muchos heridos y desmayados. Lucia se sentía indignada, andaba cubierto su rostro para no ser reconocida, hizo algo que nunca había hecho, recogió una piedra, y la lanzó a los militares. La piedra cayó justo en las botas de su padre, desviada por la armadura de otro militar, Selvin pudo lograr ver el cuerpo de aquella joven que fue la responsable de que su bota dejará de ser perfecta, y sin reconocer a su hija, haló el gatillo de su arma y disparó en el pecho de Lucía, ella cayó, y Selvin pudo reconocer esos botines que llevaba puestos la joven a la cuál había disparado… con mucho miedo se acerco hasta el cuerpo de esta, y quitó la capucha de su cara, Lucía aún estaba viva, y estas fueron sus últimas palabras:
—Yo tenía una piedra, y vos tenías un arma. Juega limpio.
Lucía cerró los ojos, mientras Selvin sostenía su cara.
Lorena Rodriguez